“Algunos oyen con las
orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en
absoluto”
Khalil
Gibran.
Es curioso como algunas
veces utilizamos el verbo “oír” pero lo que queremos decir en realidad es
“escuchar”. Porque no es lo mismo. Todos tenemos la capacidad fisiológica de
“oír”, excepto cuando existe una patología, pero eso no significa que los estímulos
sonoros que recibimos nos produzcan la misma reacción. En función de las
vivencias, de la educación recibida, del entorno, etc, esos estímulos sonoros
van a tener un significado distinto en cada uno de nosotros.
Una manera sencilla de
explicar lo que quiero decir es con la poesía. Un mismo poema provoca
reacciones distintas en personas diferentes. Las palabras del poema evocan
conexiones neuronales diferentes en función de las vivencias, traumas,
recuerdos de quien lo está leyendo. Las palabras son las mismas, pero pueden
tener un significado diferente en función de quien lo está leyendo.
Con los sonidos ocurre lo
mismo. Los estímulos sonoros llegan a las células sensoriales auditivas de
igual manera a cualquier persona. Oír no es un acto voluntario: las ondas
sonoras llegan de igual manera “queramos o no” hasta el oído interno y
desencadena toda una serie de mecanismos mecánicos y fisiológicos para
transformar estas ondas sonoras en un lenguaje que nuestro cerebro entienda. La
cuestión es que cada cerebro es diferente porque cada persona tiene un diseño
en cuanto a establecimiento de conexiones neuronales propio. Al nacer cada
individuo establece unas conexiones diferentes en función de las vivencias y
queda anclado en la memoria. Así que es inevitable que se produzcan
discordancias de interpretación de lo que escuchan diferentes personas ante el
mismo estímulo sonoro. Así que escuchar se convierte en un acto involuntario ya
que en cierta manera somos “esclavos” de nuestras vivencias.
Habría que precisar que no
es lo mismo escuchar una clase de matemáticas, que escuchar música o un trueno
en mitad de la noche. Además, podemos educar la capacidad de escuchar en
función de nuestro interés o voluntad. Como cuando una madre escucha el llanto
de su bebé la primera en medio de un gentío, o cuando un músico es capaz de
discernir entre los matices de cada uno de los instrumentos de una pieza
musical.
Así pues, los sonidos
pueden provocarnos sensaciones diferentes. A menudo esas sensaciones son
comunes. Decimos que una melodía es triste porque nuestro cerebro ha sido
educado para relacionar ciertos sonidos con un recuerdo triste (una película
famosa, por ejemplo). Lo mismo ocurre con los sonidos que consideramos, en
general, alegres o de terror. Nuestro cerebro ha aprendido a asociar los
sonidos con determinadas situaciones que provocan unas emociones. Es posible
que algunos sonidos incluso nos generen unas emociones en función de nuestros
instintos, herencia de nuestros antepasados. Otros serán en función de las
vivencias personales.
Por lo tanto, existe todo
un abanico de posibilidades a la hora de percibir lo que oímos. La manera con
la que cada persona conecta con los estímulos sonoros es muy personal. Se
tienen tan interiorizadas las conexiones que no nos damos cuenta y quedamos a
merced de la sensibilidad que posea cada uno.
Bienvenida, Yolanda, al módulo de Ciencia y Artes.
ResponderEliminarEsta primera tarea es muy correcta de contenido. Está bien estructurada y el lenguaje empleado está en un registro adecuado. Se agradece siempre incluir alguna imagen que ilustre el tópico o tema en la escritura divulgativa.
¡Ya tienes tu primer punto!
Margarita